Mientras trabajaba en una fábrica de madera contrachapada en Australia, turnos de doce horas durante la noche, me impresionaron profundamente las oraciones musulmanas. Todos los que trabajan con nosotros, la mayoría indonesios o malayos, nunca se perdieron una sesión de oración. Uno tras otro, durante toda la noche.

Las mujeres, usando adecuadamente sus velos todo el tiempo, ponen un manto de material sobre ellas para rezar. Todos ellos, hombres y mujeres, pasaron por la purificación completa, cada vez. Frotando sus caras, sus pies, bien lavados con agua.

Luego oraron con fervor y entusiasmo, justo en la sala del almuerzo, sin importar lo que hicieran los demás australianos. Fumando, maldiciendo, riendo a carcajadas. La oración, para ellos, vino primero y nadie pudo detenerlos.

¿Qué pasaría si los cristianos oráramos de manera constante, celosa, repetidamente durante todo el día?

Peter Hoover